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Muchos
de los problemas y retos afrontados por la empresa actual, ahora inmersa en un
entorno social, político y de negocios de gran incertidumbre, volatilidad
y cambio, son el resultado de la negación obstinada de los mandos directivos a
aceptar la emergencia de un nuevo paradigma, el de la Era
del Conocimiento, cuyo centro de gravedad y brazo
articulador son las personas, sean estas líderes visionarios e inspiradores,
empleados comprometidos a su organización, o clientes satisfechos y deleitados
por la calidad de los productos y servicios a los que tienen acceso.
Hablamos
de un nuevo orden que requerirá de nuestros líderes, la firme decisión de
consolidar una arquitectura organizativa ágil para adaptarse a los cambios del
entorno; flexible,
para cuestionar sus prácticas, reinventarlas e innovar; permeable,
para absorber, procesar y diseminar el conocimiento necesario para la toma
acertada de decisiones en un entorno de cambio impredecible, perpetuo y en
ocasiones disruptivo. Este nuevo orden está motivando la creciente irrelevancia
y obsolescencia de las tradicionales prácticas de gestión basadas en el control
unidireccional, la obediencia ciega y acrítica, y la supervisión
vertical con orientación neta a los resultados.
No ha
de sorprendernos entonces, que muchos de nuestros directivos se pregunten hoy
día, si están realmente aprovechando el talento de sus colaboradores, y
promoviendo su desarrollo a su máximo potencial. No ha de extrañarnos que el
Departamento de Recursos Humanos o su equivalente tenga como misión esencial la
de proveer de manera recurrente el talento que una empresa requiere para
mitigar las persistentes brechas creadas por profesionales frustrados y
desmoralizados, que abandonan la organización. No ha de movernos al asombro, la
realidad incontestable, de una organización que es lerda, reactiva y miope,
para desarrollar respuestas de anticipación y adaptación, ante los cambios del
entorno, los cuales sistemáticamente afronta, desarrollando conductas
de negación a la realidad, de resistencia a reconocer la pertinencia del
cambio, y de sabotaje tanto abierto como encubierto, al proceso de
transformación.