Por Michel Henric-Coll
La pregunta
frecuente: “es o no es posible motivar a los demás” parece lanzada a una
palestra en la que se enfrentan, con fervor y pasión, los campeones de ambas
tesis. El management es notoriamente cartesiano y sólo le gusta lo que es
preciso e inequívoco, pero si trazamos con navaja las fronteras de la
motivación, llegamos a una paradoja: “es posible motivar a alguien” y “es imposible motivar alguien”, son dos afirmaciones contradictorias que,
extrañadamente, resultan ambas verdaderas.
Antes de
desarrollarlo, me gustaría recalcar la ambigüedad del concepto. ¿Qué significa
motivar? Literalmente, es dar motivos. Y ¿qué es la motivación? Desde un punto
de vista psicológico, es “el conjunto de los factores que orientan
dinámicamente un individuo hacia una meta determinada”.
Esto nos lleva
a considerar motivado aquel cuyos objetivos reconocemos y admitimos. Sin
embargo, cuando los objetivos de uno son de hacer el mínimo esfuerzos,
deberíamos considerarlo motivado cuando no está haciendo nada; su motivación
siendo el conjunto de los factores que lo empujan a no hacer nada. Pero como el
objetivo del esfuerzo mínimo no está reconocido, ni laboral ni socialmente,
resulta difícil el calificar el perezoso como motivado, aunque lo fuera a la
pereza.
En el contexto
industrial, vemos motivado aquel cuyas metas coinciden con las de la
empresa, es decir aquel que se esfuerza en realizar, en cantidad y calidad, el
trabajo que le ha sido encargado. Si su objetivo no es el colaborar lo más posible a
los de la empresa (o de su jerarquía), deducimos que no está motivado cuando
resultaría más exacto concluir que está posiblemente motivado por otras cosas.
En la
motivación psicológica intervienen, ya lo hemos mencionado, tanto los
factores como las metas. La pregunta es por tanto de saber si podemos tener
influencia en uno cualquiera de estos dos elementos. Si la respuesta es
negativa, entonces no es posible motivar a los demás. Si es positiva, tendremos
que admitir que es, por lo menos en parte, posible.
Es momento de
que volvamos a la navaja del principio y nos preguntemos si las demarcaciones
entre influencia y no-influencia son realmente nítidas. ¿Son los factores que
nos orientan hacia las metas exclusivamente endógenos? ¿Son estas mismas metas
únicamente propias y totalmente independientes de nuestro entorno?
Somos, al
menos en parte, lo que los demás hacen de nosotros. Todos somos un
poco Galatea esculpida por Pigmalión. Si no fuera el caso, no seríamos más que
robinsones salvajes aislados en una sociedad-selva. La mirada de los demás, las
palabras que nos dirigen, sus actos, nos influyen en permanencia, que seamos
conscientes de ello o no. Lo hacen de forma individual y más aún de forma
colectiva. La presión de conformidad de un grupo puede ser muy poderosa, que
sea en la familia o el trabajo. La cultura dominante de una sociedad nos moldea
y condicionada nuestros comportamientos, cuya repetición afecta progresivamente
a nuestros pensamientos más internos: “ quien siembra una acción cosecha una
costumbre, quien siembra una costumbre cosecha un carácter”. No hay ni un solo
psicólogo que se atrevería a pretender que somos insensibles a la influencia de
los demás. Por lo contrario, ha sido demostrado que ni siquiera existe un
observador neutral, porque su sola presencia, o el hecho mismo de sentirse
observado, nos afecta y nos influye.
Entre la
influencia absoluta y su ausencia categórica existe por tanto una amplia zona
borrosa, con fronteras permeables, donde los dos extremos emulsionan.
Y ¿qué decir
de nuestros objetivos si no que resultan anidados como matrioskas? Nuestros
sueños nos pertenecen y son relativamente constantes, pero el camino hacia
ellos está jalonado con sub-objetivos a más corto plazo, que surgen de nuestros
encuentros y de las oportunidades que nos brindan el entorno y aquellos que nos
rodean. Proponer metas aceptables que dan
ganas de alcanzarlas es por tanto una forma de activar una motivación.
La mera capacidad de saber convertirlos en aceptable es una habilidad que actúa
en ella.
Así se ve contestada
la pregunta anterior: los factores no son exclusivamente endógenos y las metas
tampoco son totalmente independientes de nuestro entorno.
Sin embargo si
trazamos fronteras limpias a la motivación, hemos de concluir que es imposible
motivar a los demás. En efecto, ni sus sueños ni los medios para que los
alcance están en nuestras manos. Resulta por tanto imposible imponer
la motivación o inyectarla como con una jeringuilla.
Pero resulta
igual de imposible afirmar que la motivación es exclusivamente personal. Parte
de nuestras metas así como de los factores que nos acercan a ellas proviene del
exterior. El entorno nos moldea; McGregor decía que los demás nos forjan. Por
tanto las dos afirmaciones son verdaderas aunque contradictorias, porque en
materia de motivación, operamos en lógica borrosa en un campo cuyas membranas
porosas determinan una zona que es ni negra ni blanca, como siempre se da el
caso cuando hablamos de psicología humana.
Debemos
admitir por consiguiente que no podemos hacernos cargo de la
motivación de nuestros colaboradores, de nuestros colegas o de
nuestro superior jerárquico. Esta queda en su poder. Pero
debemos igualmente admitir que somos parcialmente responsables de la misma porque actuamos sobre ella
permanentemente.
Resulta extraño
notar que estos mismos ejecutivos que niegan la posibilidad de actuar sobre la
motivación de los demás declaran a veces a oídos amigos, lo más a menudo en
momentos de descorazonamiento: “ es increíble ver hasta qué punto algunos
pueden cortarnos todas las ganas”. ¿no es esto reconocer una influencia externa
sobre la propia motivación?
En un equipo,
todos – líder incluido – son corresponsables de la motivación de todos. Y a la
vez, nadie puede escudarse en los demás para escabullirse de sus propias responsabilidades
en su actitud.