Juan Carlos Valda
Nadie trabaja por nada, pero no lo hace necesariamente
sólo por dinero
Nos guste o no, esta es una realidad firmemente
constatada aunque muchos empresarios y directivos “modernos” se empeñen en
ignorarla. Salvo alguna rara avis, todos, absolutamente todos, necesitamos
trabajar para vivir, entendiendo por ello algo más que pagar nuestras facturas,
procurarnos sustento y atender a nuestras necesidades físicas. El trabajo es
parte de nuestra esencia, es un componente vital sin el que no podríamos
sobrevivir, tanto física como mentalmente.
Quizás la explicación de todo ello se encuentre en
algo tan elemental como nuestra actividad cerebral. Nuestro cerebro, nos guste
o no, trabaja esencialmente por emociones. A todos nos ha ocurrido que, después
de presentarnos a cinco personas, no recordamos el nombre de al menos tres de
ellas aunque apenas hayan transcurrido cinco minutos desde que nos los dijeron.
Es una cuestión selectivamente emocional, algo tan simple como me gusta o
no me gusta. Recordamos lo que “nos interesa” emocionalmente. Nuestro cerebro
tan sólo maneja un 5% de pensamientos conscientes, el 95% restante está
constituido por pensamientos, creencias y emociones inconscientes.
¿Cuál es la actitud de la mayoría de los trabajadores
de una empresa hacia ella?
Evidentemente, dependerá en gran medida de la
certidumbre que la empresa en cuestión proyecte sobre sus personas. Pero en
estos tiempos en que la única certidumbre es la incertidumbre, resulta difícil
encontrar un cisne negro. Si no es el contexto laboral, será el político, el
económico a título general, el social o hasta incluso el familiar el
encargado de producir las suficientes dosis de incertidumbre como para generar
el miedo ante el futuro que todo lo paraliza.
¿No se ha dado cuenta?
El clima laboral se ha deteriorado a la par que el
país en general se ha sumido en la más profunda de las depresiones. La
incertidumbre planea sobre plantas productivas y oficinas, pero algo más
arriba, allá en las plantas nobles, la incertidumbre ha dejado paso al miedo,
el recelo y hasta la cobardía.
Hoy en día, la cuestión no es atraer talento o
retenerlo, menos aún desembarazarse del mismo, simplemente se trata de
potenciarlo más allá de los límites conocidos y, todo ello, por una cuestión de
estricta supervivencia. Olvídense de las consultoras externas, los gastos de
telecomunicaciones disparados, los consumos energéticos, financieros y hasta de
las cenas de empresa y la máquinas de café. Pero no se olviden de las personas
porque si lo hacen, no habrá esperanza alguna.
Invertir en las personas es la primera estrategia a
acometer en una empresa que aspira a algo más que resistir. No se engañe, no es
una inversión costosa, no implica un riesgo descontrolado y, sin embargo, tiene
asegurado un retorno prácticamente inmediato y lo que es más importante, un
retorno autosostenido.
¿Cómo hacerlo?
Efectivamente hablamos de potenciar y desarrollar un
habito estrictamente emocional: emprendimiento interno. Un alineamiento de los
intereses generales con los individuales, de las capacidades personales al
servicio del conjunto de la organización. transfer news
¿Qué ofrece ésta a cambio?
Satisfacción vital, orgullo personal, identificación
con el grupo, cosas todas ellas que se integran en el subconsciente de la
persona por lo que probablemente no se externalizarán, pero que, en última
instancia, contribuyen a mejorar la felicidad de las personas, palabra que nos
asusta ante su inconsistencia, pero que es la clave esencial de una empresa
emocionalmente equilibrada, premisa básica para poder hablar de otras cosas
como productividad, eficacia, eficiencia o hasta competitividad.
Por supuesto, deberá idear una estrategia que incluya
el desarrollo de espacios y tiempos para el cambio, entendido como optimización
de procesos y capacidad de respuesta inmediata a problemas y oportunidades.
Efectivamente, deberá contar con método y herramientas eficaces que faciliten
todo ello. Quizás tenga que apoyarse inicialmente en un facilitador externo,
pero de forma temporal y puntual. Pero todo esto no es ni lo más importante, ni
lo estrictamente prioritario. Hay algo más urgente a conseguir: credibilidad.
Probablemente en tiempos inmediatamente pasados, su
empresa ha funcionado de acuerdo a unas rutinas de gestión prácticamente de
abecedario. En otras palabras, apenas había llegado a percibir el valor real de
las personas más allá de su eficiencia a la hora de ejecutar esas rutinas. En
consecuencia, dejando de lado lo estrictamente anecdótico y protocolario, muy
probablemente estemos hablando de una organización jerarquizada con flujos
descendentes y ocasionalmente laterales a izquierda y derecha. Una organización
respetuosa en las formas, pero no olvide que, casi siempre, la buena educación
acaba desembocando en actitudes correctas pero distantes y esa distancia
dificulta el grado de credibilidad de cualquier nueva iniciativa por muy innovadora
y beneficiosa que parezca.
En pocas palabras, el staff directivo tiene una
responsabilidad inicial, difícil y compleja: escapar de la distancia formal sin
caer en el paternalismo y, menos aún, en el amiguismo absurdo. Debe convencer,
cautivar y finalmente gustar. Si lo consigue, sepa usted que habrá escalado el
primer collado de esa cumbre tan compleja que se llama liderazgo.
Invertir en
las personas, esa es la clave.