Por Daniel Goleman
Algunas personas tienen más facilidad que otras para expresar con palabras sus propios sentimientos; existe otro tipo de individuos cuya incapacidad absoluta para hacerlo los lleva incluso a considerar que carecen de sentimientos. Peter Sifneos, psiquiatra de Harvard, acuñó el término “alexitimia”, que se compone del prefijo a (sin), junto a los vocablos lexis (palabra) ythymos (emoción), para referirse a la incapacidad de algunas personas para expresar con palabras sus propias vivencias.
No es que los
alexitímicos no sientan, simplemente carecen de la capacidad fundamental para
identificar, comprender y expresar sus emociones. Este tipo de ignorancia hace
de ellos personas planas y aburridas, que suelen quejarse de problemas clínicos
difusos, y que tienden a confundir el sufrimiento emocional con el dolor
físico. Pero el efecto negativo de esta condición rebasa el ámbito privado de
la persona en cuestión, en la medida en que la conciencia de sí mismo es la
facultad sobre la que se erige la empatía. Así, al no tener la menor idea de lo
que sienten, los alexitímicos se encuentran completamente desorientados con
respecto a los sentimientos de quienes les rodean.
La palabra empatía
proviene del griego empatheia, que significa “sentir dentro”, y denota la
capacidad de percibir la experiencia subjetiva de otra persona. El psicólogo
norteamericano E.B. Titehener amplió el alcance del término para referirse al
tipo de imitación física que realiza una persona frente al sufrimiento ajeno,
con el objeto de evocar idénticas sensaciones en sí misma. Diversas
observaciones in situ han permitido identificar esta habilidad desde
edades muy tempranas, como en niños de nueve meses de edad que rompen a llorar
cuando ven a otro niño caerse, o niños un poco mayores que ofrecen su peluche a
otro niño que está llorando y llegan incluso a arroparlo con su manta. Incluso
se ha demostrado que desde los primeros días de vida, los bebés se muestran
afectados cuando oyen el llanto de otro niño, lo cual ha sido considerado por
algunos como el primer antecedente de la empatía.
A lo largo de la vida,
esa capacidad para comprender lo que sienten los demás afecta un espectro muy
amplio de actividades, que van desde las ventas hasta la dirección de empresas,
pasando por la política, las relaciones amorosas y la educación de los hijos. A
su vez, la ausencia de empatía suele ser un rasgo distintivo de las personas
que cometen los delitos más execrables: psicópatas, violadores y pederastas. La
incapacidad de estos sujetos para percibir el sufrimiento de los demás les
infunde el valor necesario para perpetrar sus delitos, que muchas veces
justifican con mentiras inventadas por ellos mismos, como cuando un padre
abusador asume que está dándole afecto a sus hijos o un violador sostiene que
su víctima lo ha incitado al sexo por la forma en que iba vestida.
Los estudios adelantados
por el National Institute of Mental Health han puesto de relieve que
buena parte de las diferencias en el grado de empatía se hallan directamente
relacionadas con la educación que los padres proporcionan a sus hijos. Daniel
Stern, un psiquiatra que ha estudiado los breves y repetidos intercambios que tienen
lugar entre padres e hijos, sostiene que en esos momentos de intimidad se está
dando el aprendizaje fundamental de la vida emocional. A su juicio, existe sintonización entre
dos personas -una madre y su hijo, o dos amantes en la cama- cuando la una constata
que sus emociones son captadas, aceptadas y correspondidas con empatía.
Según los estudios
realizados, el coste de la falta de sintonía emocional entre padres e hijos es
extraordinario. Cuando los padres fracasan reiteradamente en mostrar empatía hacia
una determinada gama de emociones de su hijo, como el llanto o sus necesidades
afectivas, el niño dejará de expresar ese tipo de emociones y es posible que
incluso deje de sentirlas. De esta forma, y en general, los sentimientos que
son desalentados de forma más o menos explícita durante la primera infancia
pueden desaparecer por completo del repertorio emocional de una persona.
Por fortuna, las
investigaciones también han encontrado que las pautas relacionales se pueden ir
modificando y que, si bien es cierto que las primeras relaciones tienen un
impacto enorme en la configuración emocional, el sujeto se enfrentará a una
serie de relaciones “compensatorias” a lo largo de su vida, con amigos,
familiares o hasta con un terapeuta, que pueden ir remoldeando sus pautas de
conducta. En ese sentido, muchas teorías psicoanalíticas consideran que la
relación terapéutica constituye un adecuado correctivo emocional que puede
proporcionar una experiencia satisfactoria de sintonización.
Finalmente, las
investigaciones sobre la comunicación humana suelen dar por hecho que más del
90% de los mensajes emocionales es de naturaleza no verbal, y se manifiesta en
aspectos como la inflexión de la voz, la expresión facial y los gestos, entre
otros. De ahí que la clave que permite a una persona acceder a las emociones de
los demás radica en su capacidad para captar los mensajes no verbales. De
hecho, diversos estudios han evidenciado que los niños que tienen más
desarrollada esta capacidad muestran un mayor rendimiento académico que el de
la media, aun cuando sus coeficientes intelectuales sean iguales o inferiores
al de otros niños menos empáticos. Este dato parece sugerir que la empatía
favorece el rendimiento escolar o, tal vez, que los niños empáticos son más
atractivos a los ojos de sus profesores.