Octavio Ballesta
Parece un mal común de muchas de las organizaciones actuales, la expresión de conductas de marcada indiferencia y de actitudes de franca desmotivación, que afectan a buena parte de sus colaboradores, bien sea porque se encuentran profundamente desalentados al no percibir oportunidades reales de desarrollo profesional; porque no han logrado construir un sentido de propósito que motorice su acción y compromiso; o porque quizá están tercamente aferrados a su puesto de trabajo, acaso aterrados ante la posibilidad de engrosar las filas de quienes hoy día están desempleados.
Es usual en estas organizaciones la persistencia de un estilo de liderazgo autoritario, profundamente desconectado con las emociones y expectativas de sus colaboradores. La Dirección parece más preocupada por garantizar la satisfacción de los accionistas que la de su principal activo y recurso, las personas que ofrecen su talento y dedican tiempo de calidad a la empresa. Los gerentes funcionales no dedican el tiempo necesario para formar a sus cuadros de relevo, cuando más bien parecen estar más comprometidos en resolver las sucesivas urgencias de una operación desalineada a la estrategia, que en asumir lo que verdaderamente es importante para la empresa, como lo es el agregar consistente valor de negocios, motivando a sus colaboradores, y satisfaciendo ante todo, las expectativas de sus clientes.